sábado, 14 de noviembre de 2009

El aroma por la mañana (cuento)

por Adolfo Derriaga

Fue el dulce rumor de la mañana lo que lo despertó: oír a
las aves cantar, sentir volver a las flores; pero más que
nada, fueron los incipientes rayos del sol que, pasando por
las cortinas, llegaban hasta su rostro, depurados y limpios.
Sentía en el cuerpo un cansancio de noche ocupada,
pero en su faz había una sonrisa incriminatoria. Cabello
desordenado, piel, más que húmeda, pegajosa de dulces
sustancias. Se estiró un poco para luego seguir acostado,
sin decidirse todavía a despertar.
Veía alrededor desde la niebla de su sueño,
de ojo indeciso, sueño de recuerdos paradisiacos
sobre valles nocturnos. Dolor muscular
como cicatrices de guerra, llevadas
con orgullo, cada una de porqués apasionados
y fogosos. Tomaba un poco de
forma la ventana por la que la luz transgredía
amistosa con todas sus aristas. Rayos
que invadían el cuarto, la silla, el tocador
y la cama; ojo que saliendo de su letargo
los presentía.
Como barcas de peaje callado, el rumor de su
cuerpo animándose le dibujó la posibilidad de un
mundo maravilloso, y el lento ir reconociendo
la habitación confirmaba esa posibilidad. A
veces pasa que cuando uno despierta,
por un momento, no sabe si la increíble
sensación de bienestar que lo invade
es producto de los hechos nocturnos o
sólo la parte rezagada de una ensoñación
fantástica, un instante antes del
fin. Aquí, al despertar, para su fortuna,
confirmábase que la noche que
tan grato sabor le dejara, en verdad
CUENTO
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había tenido lugar: ella estaba junto a él.
Él la miraba y no podía creerlo, recostada,
hermosa y apacible; con
su cuerpo desnudo insinuado por
una ligera sábana, con rastros húmedos
a causa de la desenfrenada
pasión de horas atrás. Dio un suspiro
y se decidió a parar. Lo hizo con cuidado. No
quería perturbar el sueño del vario ser que
tenía junto en orquesta y seducción de todas
las líneas de la belleza, convergentes en un
solo sitio, extremo de la cama. Una vez de
pie, sin reparar en el desorden, fue a la ventana,
tras la cual –suponía– el mundo reanudaría
su caos dentro de muy poco...
Tan poco. Porque esa calma del despertar
no dura ni lo que un disparo,
o tal vez sí, tal vez sólo
eso, pero luego todo es
enredo y algarabía,
mecánica y urbanidad.
En su rostro
apareció un trazo melancólico, pero rápido se disipó: fuera o
no, aún podía degustar el placer de ir apenas despertando.
En ese momento de individualidad matutina tomó un
pañuelo y se limpió del muslo los íntimos fluidos, mientras
que en su mente se reacomodaba la noche salvaje, lúbrica,
llena de arrebatos, tan llena de simple pasión: forma de
instinto desatado ante la sed. Se acercó a ella y levantó la
sábana, ya no furtivo sino considerado. Con una brísea
delicadeza posó sus labios en el desnudo cuerpo de su
amada, femenino y grácil –princesa de cuento–, recostado
inocente entre los brazos del cerrado párpado. Nunca
le había gustado despertarla con brusquedad, así que
poco a poco se dio a esbozar sus labios en los lugares que
lo fueran acercando a la gloria de la boca: piernas, muslos,
caderas, vientre, –el mundo tenía una fragancia de flores
matinales– pechos, corolas, aureolas, –la emoción se reacomodaba,
pero el matiz era otro– cuello, barbilla, –la
habitación rebosaba de un olor a... – boca, finalmente,

pero tan suave, que ni siquiera se podrían tomar por besos
ninguno de los dados; más bien eran actos de veneración
hacia una diosa a la que, ante todo, se debía dejar dormir
en las grietas de la tierra, inescrutable, tras derramar las
bondades de la dicha sobre los mortales siempre– ...olor a
hierro: y la mística piel susurró vibraciones de despertar.
Se separó de la cama. Pensaba en lo poco que dura esa
felicidad del ojo semiinconsciente. Fue hasta el tocador y
tomó un enser. Se fue a sentar. La tristeza se apoderaba
de él, mientras que la conciencia del recuerdo y la razón
se hermanaban en una faz de vacío.
Nadie sabe qué ocurrió: si llamada anónima o agente
en proximidad; si acecharon a la puerta, esperando, o si
hubo acción inmediata; si tenían tiempo en conjeturas o
acaso el disparo originó el movimiento. De cualquier forma,
la impresión fue la misma....................... Golpes... ignorados;
puerta... derribada –pausa... –; ventana... lúcida
alumbrando en sordina el caos estancado de hombre en
silla, de espaldas, quieto, pieza del moviliario; con su olor
a persona totalmente matutino, y el de su cabeza en flor,
en paredes y techo, insospechado, ganando terreno, lamiendo
detalles, constriñendo incesante junto al de la
masa putrefacta de sobre la cama, avanzando como venerada
serpiente que sale de la oscuridad y roza las cuerdas,
baja a la alfombra y pasa sobre colillas, carne y cráneo;
para escaparse entre los pies y perderse en el mundo que
ya se despierta, reanima y funde sus formas en un sitio de
aromáticos todos inconcretos.

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