jueves, 3 de diciembre de 2009

Lullaby

por La Simón


Te sentiste humillada, ofendida. Saliste corriendo para tratar de alcanzarla. Te detuviste en una esquina y volteaste a todos lados para tratar de verla, pero no la viste, y en ese lugar oscuro y vacío (como tú), te sentaste y empezaste a gritar. Después de un largo tiempo se levantó y permaneció estática, su sombra la seguía, jugaba con ella a tratar de alcanzarla. Al pasar la media noche, ella seguía en la calle, pero caminó despacio; sólo la hizo detenerse un ruido que no
pudo identificar. Cuando volteó y no vio a nadie, siguió su camino pateando una lata (que quién sabe de dónde salió).
Me detuve cuando topé con pared; pude ver mi sombra (que era más grande que yo), por un
momento me impresionó. Eso se hubiera quedado así (o sea, en impresión) si no hubiera visto
que mi sombra dejó de seguirme para atreverse a mirarme a los ojos y preguntarme:
¿cómo alimentas tu alma? Te enojaste con la maldita sombra, le diste la espalda y corriste. ¿Quién se cree esa sombra para hacerme esa pregunta? Como si ella fuera perfecta en todo lo que hace. Ella no pudo hacer nada más que reírse, se sentía tonta por dejarse intimidar por una sombra. ¡Qué aliviada te sentiste cuando pensaste que te estabas volviendo loca! ¿Cómo era posible que creyera que una sombra me habló?
Inventó una historia que primero tenía que creerse ella. No quería que le preguntaran a dónde fue, o qué hizo. Sin embargo, sabía que lo iban a hacer; por eso es que inventaste una historia: para satisfacer a los demás. ¡Qué frustrada me sentí cuando llegué a mi casa! Como era de suponerse, las preguntas no se hicieron esperar, así que mejor decidí ignorarlas. Cuando entré
a mi cuarto, decidiste que lo mejor que podías hacer era bañarte. Te sentías sucia, asqueada de la gente, de ti misma. ¡Maldita terquedad de querer morir!, -pensó-. Se desnudó y se metió a bañar, trató de relajarse para poder dormir bien.
Todo iba a pedir de boca. En ese momento amó ser ella… Toc, toc, toc… ¡No te acabes el agua
caliente!, -le dijeron-. Siempre haces lo que se te pega la gana, ¡ya estamos hartas de ti!
La mejor forma de pedirle algo, no era gritándole. Salió del baño enojada.
-¡Estoy hasta la madre de que siempre me digan lo que tengo que hacer!, como si ustedes
fueran perfectas.
Se regresó a su cuarto. Tomó una cuerda y la amarró bien en la barra de ejercicio que tenía atravesada por las paredes de su cuarto…Te sentiste mal por todo lo que le dijiste, pensaste que lo mejor era ir a disculparte con ella. Tocaste la puerta y no escuchaste ninguna respuesta; te frustraste y entonces sí querías decirle sus cosas. Ella te dijo que no eras prefecta, así que tú también le ibas a decir eso. Abriste la puerta y… Ella colgaba desnuda. Cuando la viste te sentiste aliviada, pero la envidiabas; y por primera vez te pudiste ver. Pudiste ver cómo eras en realidad.
Te diste la vuelta y cerraste la puerta, caminaste hasta tu cuarto (que está junto al mío), y me dijiste, sin molestarte en abrir mi puerta, que ella se había suicidado. Te detuviste en tu puerta y pensaste que era mejor irte que estar ahí. Tomaste una mochila, echaste las cosas que creíste necesarias. Tomaste una botella de agua, abriste la puerta de la salida (o entrada) y te fuiste. Yo no tuve el valor de ir a verla, así que me quedé encerrada en mi cuarto, me eché en mi cama y me dormí.

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